“Nadie toma una decisión por un número”, solía decir el reciente fallecido Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía en 2002. “Se necesita una historia”.
Lo que dice Kahneman pasa en la vida real. Cuando de economía se trata, los sentimientos no suelen quedar de lado y desafían los datos a la hora de las discusiones. Muchas veces incluso se imponen. Y, si no, pregúntenles a tantos presidentes, argentinos y del mundo, que sufrieron la desaprobación de los votantes cuando sus gestiones mostraban indicadores económicos mejores no solo que los de sus predecesores sino que los de sus sucesores.
Para no irnos tan atrás en ejemplos, centrémonos en dos fenómenos coyunturales. Uno en Estados Unidos y otro en la Argentina.
Según una reciente encuesta de The Wall Street Journal, el 74% de los consultados en swing states (estados donde demócratas y republicanos alternan victorias en las urnas con más frecuencia que en otros) piensa que la inflación se movió en una dirección errónea en el último año. Esto quiere decir que para ellos el ritmo al que aumentaron los precios no solo bajó sino que subió, algo que sencillamente no es verdad porque las estadísticas muestran lo contrario. Por supuesto que la inflación es un promedio y puede haber una persona que si compró una casa habrá visto cómo el precio de la propiedad subió y, por lo tanto, su percepción sea diferente a la media. Lo mismo con el precio de algunos alimentos.
El presidente de EE.UU., Joe Biden, que enfrenta una elección presidencial, lógicamente no puede decir que esas personas están equivocadas -en pensar que la inflación no baja pese a que las estadísticas oficiales muestran lo contrario-. Daría la imagen de una persona sin empatía. Prefiere callar y seguir adelante.
Lo mismo podría suceder en la Argentina. La inflación cede pero el Gobierno siente que los índices no reflejan lo que sucede en la góndola o en el momento de pagar en la caja. El ministro de Economía, Luis Caputo, tuiteó que los súper bajan los precios “y los mantienen por 60 días” y el presidente Javier Milei, que la inflación daría 7% mensual sin tener en cuenta los resultados.
Hay una diferencia de magnitud, naturaleza y sofisticación entre lo que sucede con los precios en EE.UU. y Argentina que hace que las soluciones para bajar la inflación en uno y otro caso sean distintas. Ahora los responsables de la política económica sí pueden estar enfrentando algo parecido: sentimientos y expectativas como síntomas de un pesimismo más amplio y desconectados de los datos.
¿Por qué Caputo tiene que decir que los súper bajan los precios si el consumidor se da cuenta? ¿Acaso no lo dice el propio Indec?
Un reciente trabajo sobre inflación de una economista de la Universidad de Harvard, Stefanie Stantcheva, indagó sobre las percepciones de las personas y la inflación. El paper, ¿Por qué no nos gusta la inflación?, arrojó las siguientes respuestas a la pregunta del título:
— porque erosiona el poder adquisitivo.
— porque crea un sentimiento de injusticia. Stantcheva halló que los ingresos de los más ricos se ajustan más rápido a la suba de la inflación que los de los más pobres.
— porque confirma que las empresas y los empleadores se resisten a actualizar los salarios al ritmo de los precios, de modo de asegurarse ellos primero de recomponer sus márgenes.
Todo esto en la Argentina ya se sabe.
El columnista de WSJ Greg Ip, quien citó el trabajo de Stantcheva, fue un paso más y se preguntó de dónde puede provenir ese pesimismo que interpela a los gobiernos.
¿Pueden ser las noticias las culpables de ese pesimismo, se pregunta Ip? ¿Los medios de comunicación? Sin duda una explicación atractiva para el kirchnerismo y algunos integrantes de La Libertad Avanza.
Un estudio reciente en Nature encontró que cada palabra negativa en un título aumenta la tasa de clics 2,3%. Esto fue así con el desempleo en la década de 1990 en EE.UU. y el Covid-19 en 2020. Pero es más cierto en el caso de las redes sociales: un análisis de Brookings realizado por Ben Harris y Aaron Sojourner sugirió que el sesgo negativo de las noticias económicas se intensificó en estos años.
Sin embargo, el pesimismo, o resultadismo de los medios como lo llaman algunos, no necesariamente despierta los mismos sentimientos en sus lectores o consumidores. Correlación no es causalidad aclara Ip. “En todo caso las personas consumen medios que confirman sus prejuicios y estos –especialmente las redes sociales, con sus algoritmos finamente afinados– tienden a darles a los consumidores lo que quieren”, dice Stantcheva.
Kahneman formalizó el sesgo de confirmación, que es esto mismo que dice Stantcheva: la tendencia a ver el mundo como queremos y no como es. La inflación, el riesgo país y el déficit fiscal bajan. Y el mercado festeja. Pero el pesimismo de la calle y de algunos economistas por el atraso del dólar y el impacto de las tarifas, sigue ahí. Y recrudecerá. Tomará más que un par tuits diciendo que los precios bajen para cambiar percepciones.