El volumen, ese aliado fundacional del rock, se las arregló siempre para tener un rol que va desde lo aspiracional (amplificar las fuentes originales de la electricidad para lograr oírse a distancia) hasta lo risible, como aquel sketch de la película This is Spinal Tap (1984), donde la banda de ficción buscaba el santo grial de conseguir equipos donde los vúmetros marcaran hasta 11, en lugar de 10.
Así como en los primeros ‘70 se hablaba de perros muertos en los multitudinarios shows de los estadounidenses Grand Funk Railroad o, más acá en el tiempo y en el lugar, se nos entregaron tapones de oídos para el show de los también norteños Swans en Niceto, parte de la leyenda del trío Dinosaur Jr versaba sobre su rol de rompe tímpanos, algo que se pudo comprobar en su primera visita a la Argentina (2012) aunque tampoco tan estruendoso (y ocasional) como el debut de Oasis en el Luna Park (1998).
En esta ocasión, jueves a la noche en el ART Media de Chacarita, parecen haber apocado el dispositivo técnico, pero no las mañas y el acercamiento musical. Menos volumen y más expansión musical. Sueltos y amigables entre ellos, siendo que también tenían la fama de ser los mayores sociópatas que se hayan encerrado juntos en una sala de ensayo, y de ahí al mundo. Pero entre tanto prontuario negativo, algunas proyecciones históricas. En simultáneo, y en los ‘80, inspiraron dos de las escenas decisivas de los ‘90 en adelante.
Por un lado el movimiento shoegaze, denominado así por la fijación de contemplarse los pies para poder acertar el arsenal de pedales que requiere una música rica en texturas y grano eléctrico, que tuvo en sus mayores fans a los británicos My Bloody Valentine, que de paso ejercieron simpatía en los Soda Stereo de Dynamo (1992). Y por el otro, como absolutos precursores del grunge, al que alimentaron por su miasma sonora de punk, heavy rock y pop, siendo Nirvana uno de sus grandes admiradores. Todo muy proto, siendo que ellos mismos son “los hijos del dinosaurio”.
Su actual show se basa esencialmente en You’re Living All Over Me (1987) o uno de los mejores álbumes de los ‘80 que nunca se escuchará en Fm Aspen. Alguna vez se dijo, y de tan acertado lo citamos, que la actividad central del padre de su líder, J. Mascis, haya sido la de dentista calificado parece análogo a la forma musical de sus canciones. Porque así como se dice que una sonrisa perfecta consiste en 32 piezas dentales alineadas, muchas de sus canciones se forman de múltiples motivos, pasajes y paisajes que movilizan distintos climas, terremotos y mesetas. Estallidos y cráteres, volcanes y lluvias de meteoritos, lagos y cenotes sonoros.
Mascis, un hombre que ya se acerca a las seis décadas sin resignar el cabello largo y ahora canoso, luce como el mago Gandalf de El señor de los anillos. Canta como un niño que contempla por primera vez un arco iris y hace rugir las seis cuerdas como un traetormentas, un alumno rebelde de los postulados de Benjamin Franklin. Podría aspirar a un puesto más alto en el podio de los grandes guitarristas de la historia, donde suele ser colocado en un Top 100, si no fuera porque prefiere dedicarse a texturas y riffs, a desvíos y acoples fantasmales.
Su ladero y némesis emocional, el bajista Lou Barlow (también conocido como el prolífico y talentoso compositor de su propia banda, Sebadoh) luce ahora increíblemente más joven que dos lustros y medio atrás. Con su cabello largo y ondulado, su camiseta ajustada y sus jeans, parece el momento más póster de Iván Noble en Los Caballeros de la Quema, a mediados de los ‘90. En sus antípodas capilares, pero concentrado, efectivo y pasional, Murph es el calvo baterista que completa esta formación clásica y original, reunida con gloria desde el 2005.
Decíamos, sueltos y más relajados con los decibeles, por momentos se desentienden de las estructuras de las canciones, especialmente en su segunda mitad. Hay que oír y ver cómo abandonan su tema más clásico y conocido, el brillante Freak Scene (un paneo de sonidos de guitarras y una letra que evapora las posibilidades semánticas de comunicación formal) para dejarlo en una deriva que, a su manera, dialoga con los naufragios públicos de Bob Dylan y su banda en este milenio. En la mitad del show, en Sludgefeast, recuerdan los tiempos en que nadie hablaba de stoner rock como género y ellos ya lo practicaban. Y Gargoyle, de su primer disco (1985), cantado por Barlow, duplica el minutaje original para una maratón cacofónica que, como los grandes momentos del rock, se apura para llegar a ningún lugar. Extático. Hendrixiano.
Como último bis, se guardaron Just Like Heaven, su particular y superadora versión del clásico de The Cure, grabada apenas un año después que la original, donde concretan una propia versión de aquel paraíso etéreo para hacerlo desbarrancar en un final abrupto. Era, y sigue siendo, una reinterpretación plena de ingenuidad y malicia, ese tentador oxímoron que hace que todavía tantos se acerquen al rock aún a riesgo de quemarse.