El verdadero sueño no es llegar a otro país.
El verdadero sueño es no tener que irse del tuyo para sobrevivir.
Toda persona tiene derecho a buscar condiciones de vida más dignas para sí y para su familia. Migrar no siempre es una elección libre; muchas veces es una necesidad, y eso merece comprensión y humanidad.
Por eso es fundamental distinguir entre migración legal e ilegal.
Migrar legalmente es ejercer un derecho dentro del marco de la ley.
Migrar ilegalmente implica violar ese orden; muchas veces por necesidad, sí, pero sigue siendo una irregularidad que no puede convertirse en norma.
Entonces, ¿qué hacer con los millones de hispanos, en su mayoría mexicanos, que viven en Estados Unidos sin los documentos necesarios, pero que llevan años trabajando, aportando, pagando impuestos y construyendo una vida honesta?
Lo justo sería aplicar una regularización gradual, con condiciones claras, que reconozca el esfuerzo y la buena conducta de quienes han demostrado compromiso, respeto a las leyes y un deseo sincero de integrarse.
No se trata de una amnistía general ni de una deportación masiva.
Se trata de justicia con orden. De misericordia con verdad.
Una migración descontrolada es injusta tanto para los migrantes como para los ciudadanos del país que los recibe.
Por eso se necesita urgentemente una reforma migratoria, con políticas firmes y humanas.
Políticas que frenen los abusos, el tráfico de personas, el tráfico de drogas como el fentanilo, el tráfico de armas y el crimen; pero que también reconozcan al migrante honesto y trabajador, que no pide privilegios, sino una oportunidad de vivir en paz y con dignidad.
La migración es una herida abierta, y la separación de familias, una tragedia que duele en el alma.
Pero no podemos hablar de migración sin ir al fondo, sin ir a la raíz de lo que la causa: la violencia, la pobreza, la corrupción, el comunismo, el narcotráfico y los gobiernos que han traicionado a su pueblo.
Millones no se van por gusto; se van porque ya no pueden quedarse.
Se van por falta de oportunidades, se van por necesidad, se van porque no les queda de otra.
Sus países han sido secuestrados por los mismos de siempre: políticos corruptos y sus aliados, los cárteles.
Nadie debería verse forzado a abandonar su hogar; eso también causa la separación de familias desde el inicio.
Por eso, propongo que debemos luchar en dos frentes:
- Proteger la frontera, porque toda nación tiene el deber, el derecho y la responsabilidad de defender su soberanía, con leyes justas, firmes y humanas.
- Proteger también la dignidad del migrante, especialmente la de las mujeres y los niños, combatiendo sin tregua las redes criminales que trafican con personas como si fueran mercancía.
Lo he dicho muchas veces: el migrante no huye por ambición, huye por supervivencia.
Y si de verdad creemos en la vida y en la familia, entonces nuestra lucha también debe ser para que ningún migrante tenga que abandonar su tierra para poder vivir con dignidad.
Pero también es esencial hablar del comportamiento del migrante que llega a un país que no es el suyo.
Debe llegar con espíritu de gratitud, sabiendo que ese país no le debe absolutamente nada.
Debe respetar las leyes y las reglas de la nación que lo recibe, entendiendo que, si las rompe, ese país tiene pleno derecho a deportarlo.
El sueño es que las familias puedan permanecer unidas, en su tierra, en sus comunidades, con paz, con trabajo y con libertad.
El sueño es ver a nuestros pueblos de pie, sin miedo, reconstruyéndose desde las raíces.
También es clave fortalecer una alianza sólida, transparente y estratégica entre México y Estados Unidos para impulsar el sector energético mexicano y generar empleos bien remunerados para las futuras generaciones de mexicanos.
México alcanza para todos.
México no necesita asistencialismo; necesita inversión, soberanía productiva y visión a largo plazo.