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Día 619: Milei y el temido espejo de Macri

Más allá de la coyuntura política, marcada por los escándalos de denuncias corrupción en Discapacidad, en varios análisis aparecen paralelismos entre la situación actual y el 2017, año que fue un punto de inflexión para la gestión de Mauricio Macri. Aún luego de un resultado de medio término favorable, las complicaciones económicas y políticas le impidieron obtener un segundo mandato presidencial y progresivamente irse convirtiendo en un “pato rengo” perdiendo la confianza de los mercados y parte de la sociedad que lo había apoyado.

¿Será para Javier Milei la elección de medio término un punto de inflexión que le ponga un límite a su intento de reelección, aun si tuviera un resultado positivo?

Argentina parece atrapada en un eterno retorno económico: los mismos protagonistas, las mismas recetas y los mismos errores se repiten en 2017 y 2025, como si el tiempo fuera circular. Luis Caputo y Federico Sturzenegger reaparecen en la escena oficial, mientras que el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca vuelve a alinear a Washington con las políticas locales.

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Además, el endeudamiento externo funciona como combustible recurrente: primero a través de mercados voluntarios, luego bajo la tutela del Fondo Monetario Internacional (FMI), que en 2025 condiciona aún más que en 2017. Y una campaña electoral polarizada contra lo que significaría la amenaza del regreso del kirchnerismo.

Aunque también hay algunas diferencias a tener en cuenta. Macri llegó a las legislativas con un aparato político consolidado, mientras Milei encara octubre con menos legisladores propios y sin gobernaciones, dependiendo de pactos para sostener su proyecto. En ambos momentos, la economía parece tender a un ordenamiento antes de los comicios, pero queda sujeta a vulnerabilidades externas, reservas escasas y un financiamiento caro.

Analicemos un pequeño fragmento de un discurso de Macri en 2017, en la presentación de sus candidatos en Mendoza, donde planteaba en qué términos dicotómicos veía Cambiemos lo que se jugaba en las parlamentarias. “El mundo está mirando si los argentinos estamos convencidos del camino que hemos tomado. Esta es una elección que vuelve a repetir resignación o esperanza, mentira o verdad, corrupción vs transparencia”, sostuvo el entonces presidente.

Nuevamente, esa dicotomía suena similar al discurso que presenta hoy La Libertad Avanza (LLA) respecto del pasado o el futuro. La pregunta de fondo es si esta repetición es parte de un círculo vicioso, o será el inicio de un giro que logre romper con la rima de la historia.

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Nietzsche retoma la concepción temporal de los antiguos griegos, que hablaban del eterno retorno de lo mismo. La serpiente que se come la cola, conocida como Uróboro, es un símbolo ancestral que representa el eterno retorno y la naturaleza cíclica de la existencia. Su imagen circular simboliza la unidad de todas las cosas, un ciclo perpetuo de creación y destrucción, como el tiempo, las estaciones o el proceso de la vida y la muerte.

En Argentina, esta cosmovisión parece desplegarse en clave económica. No solo los hechos, también los protagonistas regresan como si estuvieran atrapados en un ciclo cósmico, repitiendo estrategias y errores en un tiempo circular.

Freud, por su parte, agregaría que la compulsión a la repetición es un síntoma de un trauma previo. Podríamos intuir que el país vuelve a sus traumas financieros porque aún no logra procesarlos.

Kierkegaard veía en la repetición la esencia de la existencia: somos lo que repetimos. En su obra La Repetición (1843), explora la diferencia entre recuerdo y repetición, y cómo la repetición auténtica es un acto existencial que implica renovar la experiencia y la relación con uno mismo, no solo repetir mecánicamente acciones.

Ya dijimos que en 2017 y en 2025 aparecen los mismos protagonistas de la política económica, con Caputo y Sturzenegger. Caputo fue ministro de Finanzas y presidente del Banco Central (BCRA) durante el macrismo, y hoy es ministro de Economía de Milei. Sturzenegger, entonces titular del BCRA, volvió como ministro de Desregulación y Transformación del Estado. La continuidad de nombres marca una línea de ortodoxia técnica entre ambos momentos, aunque ahora la velocidad y profundidad de las reformas es mayor.

El escenario internacional también ofrece un paralelismo. El regreso de Trump a la Casa Blanca en 2025 establece un paralelismo evidente con 2017, cuando Macri transitaba la segunda mitad de su mandato acompañado por el primer ciclo del republicano en Washington. En ambas etapas, la sintonía ideológica se traduce en gestos políticos: alineamiento discursivo, afinidad con agendas de desregulación y una visión compartida sobre el orden global.

Así como Macri buscaba en Trump un respaldo simbólico para su inserción internacional, Milei encuentra en esta segunda presidencia un aval para reforzar su narrativa de ruptura con el statu quo internacional, al presentarse como parte del mismo movimiento de la nueva derecha global. Ambos buscaban legitimidad en ese espejo con el presidente estadounidense.

Mauricio Macri y Donald Trump en 2018.

Pero también la vuelta de Trump implica algunas contradicciones. En 2017, la expectativa de un ciclo de mayor apertura y atracción de inversiones acompañaba la agenda del macrismo. Finalmente, no se concretó, pero el apoyo político de Trump frente al FMI fue fundamental. En 2025, Milei se enfrenta a las políticas de aranceles proteccionistas impulsadas desde Washington.

A nivel interno, el efecto Trump también se refleja en la política doméstica. En ambos momentos, el oficialismo en Argentina intentó capitalizar la imagen de un aliado poderoso en la primera potencia mundial para reforzar su legitimidad electoral. Macri lo hizo en 2017 como símbolo de “volver al mundo”, y Milei lo hace en 2025 presentándose como socio privilegiado en un esquema bilateral que promete respaldo político y económico. La incógnita es si, como ocurrió después de 2017, esa cercanía servirá para consolidar un rumbo estable o si terminará siendo insuficiente frente a los desequilibrios estructurales locales y externos.

Otra diferencia es que en 2017 el Fondo Monetario Internacional aún no era un actor de campaña, mientras que en 2025 es un legado ineludible. El gobierno actual negocia con el FMI bajo la sombra de aquel stand-by, con vencimientos fuertes a corto plazo y riesgo país alto, lo que limita el margen de acción y encarece la estrategia de volver a los mercados.

En ambos períodos, el endeudamiento aparece como herramienta central para sostener los programas económicos. Primero vía colocaciones internacionales y después bajo la tutela del FMI, la deuda actúa como combustible que habilita políticas, pero que también expone a la vulnerabilidad del financiamiento externo.

Pero, además, hay otras diferencias fundamentales. En la previa de octubre de 2017, Cambiemos llegaba como coalición orgánica y, tras la elección, amplió su primera minoría a 108 diputados (tenía 47, renovaba 39 y ganó 61). En 2025, la antesala electoral encuentra a LLA apenas con 34 diputados propios. Veremos si ese número se elevará al 80 y pocos que esperan.

Con respecto al Senado, las elecciones de 2017 permitieron a Cambiemos capitalizar la renovación en distritos clave como Buenos Aires y ordenar su bancada detrás del Ejecutivo, quedando con 25 senadores. En 2025, LLA tiene presencia acotada y depende de acuerdos con PRO, UCR y gobernadores para sancionar leyes estructurales.

Si vamos al poder ejecutivo, la foto territorial previa a octubre de 2017 favorecía a Cambiemos, quien gobernaba Buenos Aires, Mendoza, Jujuy y aliados, y le daba piso de coordinación política. En 2025, JxC, o sus herederos, gobiernan cerca de diez provincias, pero LLA no tiene gobernaciones propias. Por lo tanto, el oficialismo nacional llega a octubre dependiendo de pactos con mandatarios no libertarios para gobernabilidad y campaña.

En 2017, Cambiemos además poseía una red municipal amplia. Solo en la provincia de Buenos Aires tenías 68 intendencias, lo que le apalancó la logística y la fiscalización. En 2025, LLA arriba con muy pocas intendencias propias a nivel país y busca compensarlo incorporando intendentes del PRO mediante frentes locales; es una estrategia distinta a la de 2017, basada más en acuerdos que en implantación previa.

En cuanto a la imagen del presidente y del gobierno, Macri llegó a las legislativas de 2017 con balances de gestión positivos en varias encuestas. En el primer semestre de 2017 su imagen se había recuperado y la elección terminó refrendando al oficialismo en 13 distritos. Mientras que Milei, de cara a octubre de 2025, retiene una aprobación en torno del 50% en varios sondeos nacionales recientes, aunque con fuerte dispersión territorial y generacional, y con una oposición que se reagrupa en clave provincial.

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Además, el escándalo de corrupción que involucra a Karina Milei y los Menem está impactando en la percepción del Gobierno, aunque el 82% dice que no piensa cambiar su voto. Mariel Fornoni, directora de la consultora Management and Fit, dijo: “Me llama la atención que el 82% no quiera cambiar su voto. Esto habla de lo cansada que está la gente de todo lo que ya tuvimos”.

La consultora Empiria, en su informe del 25 de agosto de 2025, destaca algunas similitudes en el plano macroeconómico: el desequilibrio externo creciente, la inflación persistente y un incipiente estancamiento. El informe señala que, no obstante, también existen diferencias relevantes a favor de Milei, como la presencia de equilibrio fiscal y un menor grado de carry trade, lo que permitiría una corrección del rumbo post-electoral menos traumática que la que tuvo Macri.

Aunque la visión de largo plazo en ambos períodos era similar -equilibrio fiscal, prudencia monetaria y apertura externa- y la herencia recibida compartía rasgos comunes -alta inflación, déficit fiscal, atraso cambiario, brecha y distorsiones tarifarias-, la magnitud de los problemas fue distinta. Mientras que en 2015 la inflación era de 28%, en 2023 alcanzaba el 211%, que descontada la que el mismo Milei produjo para licuar los gastos, era del 160%.

Esa diferencia condicionó enfoques de política económica diferentes: gradualismo frente a shock, levantamiento inmediato del cepo en 2015 frente a un rezagado en 2025, metas de inflación en 2016-2017 frente a crawling peg en 2024 y agregados monetarios en 2025.

En el plano fiscal, subraya el contraste más importante. Mientras que actualmente existe un superávit primario cercano al 1,5% del PBI y equilibrio financiero -aunque se requerirán ajustes adicionales para enfrentar una cuenta de intereses más desafiante-, en 2017 predominaba un desequilibrio fiscal persistente.

Fue la crisis de 2018, mediante el programa del FMI, la que forzó un ajuste severo pero tardío, sin lograr el retorno de la confianza y con un tipo de cambio atrasado cuya corrección expuso las inconsistencias financieras y los temores políticos.

El informe concluye que esta diferencia no es menor, ya que reduce la transmisión a precios de los movimientos cambiarios, con el passthrough, al no ser necesario descontar una emisión monetaria futura asociada al financiamiento del déficit fiscal. Todo esto beneficiaría a la solidez económica de Milei frente a aquella que tenía Macri descontando una emisión monetaria futura, asociada al financiamiento del déficit fiscal, algo que hoy no es necesario, pero que si era una expectativa negativa en 2017.

Luis Caputo, actual ministro de Economía, fue ministro de Finanzas y presidente del Banco Central durante la presidencia de Mauricio Macri.

En el plano externo, la posición de reservas netas es hoy mucho más precaria que en 2017: se encuentran en terreno negativo por unos 5.800 millones de dólares, muy lejos de la meta acordada con el FMI, que incluso requirió un “perdón” en el primer trimestre del programa actual. En contraste, en 2017 las reservas netas rondaban los 30.000 millones de dólares.

No se trata de que “no haya un dólar” disponible para defender el techo de la banda cambiaria. De hecho, el Banco Central posee unos 20.000 millones de dólares en disponibilidades líquidas, aunque prestadas: encajes de respaldo de depósitos o desembolsos del FMI con destino específico. Según Empiria, si bien estas divisas cumplen un rol disuasorio frente a eventuales corridas, su utilización efectiva podría resultar contraproducente.

En este mismo frente, el informe señala que, tras un aumento del 15% en los últimos dos meses, el tipo de cambio real se ubica un 10% por encima del nivel de 2017. Es decir, en 2017 el dólar estaba más atrasado que hoy.

Además, el desequilibrio de cuenta corriente -la diferencia entre importaciones exportaciones, más lo que los argentinos compran para ahorrar o gastan en el exterior-, estimado en 2,5% del PBI hacia fines de 2025, equivale a la mitad del observado en 2017 (4,8%), aunque con una dinámica divergente. Venía de un superávit de 1% del PBI en 2024.

Empiria destaca que, a diferencia de 2017, este déficit obedece al exceso de gasto privado y no al público. Sin embargo, advierte que la vulnerabilidad persiste, ya que la sostenibilidad depende de la disponibilidad de crédito externo. En caso de interrupción, por factores internos, como elecciones adversas, confianza insuficiente o riesgo país elevado; o externos, términos de intercambio o clima, el ajuste podría traducirse en aún más recesión y una nueva devaluación.

En términos de bienestar, la consultora remarca que tanto en 2017 como en la actualidad la inflación inicial dio un salto para converger hacia el 25% anual en el segundo año. En materia de actividad, se observa una contracción en el primer año seguida de un rebote. En el caso del gobierno de Macri, ese repunte duró hasta comienzos de 2018, y ahora parece haberse estancado, con el desafío de 2026 centrado en superar un “techo de concreto” para la actividad que persiste desde hace 15 años y en recrear expectativas de empleo y crecimiento más allá de la estabilidad incipiente.

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De cara a la transición electoral, Empiria sostiene que la prioridad política parece estar en estabilizar nominalmente el dólar y la inflación, incluso a costa de mayores tasas de interés y menor actividad. El objetivo, en clave electoral, sería retirar de la agenda mediática tanto la cotización del dólar como la evolución de los precios en el supermercado. Sin embargo, advierte que, superado octubre, el Gobierno enfrentará el dilema de “resetear” el programa económico en un horizonte de largo plazo.

No lo menciona explícitamente Empiria, pero otra gran diferencia en contra del gobierno de Milei y a favor del de Macri es que el Riesgo País de Cambiemos en 2017 era alrededor de 300 puntos y ahora en el de Milei supera los 800.

En el plano político, un eventual mayor músculo parlamentario del oficialismo tras las elecciones podría contribuir a anclar expectativas, aunque de todos modos serán necesarios acuerdos con la oposición para impulsar reformas estructurales, en el orden laboral, impositivo y federal, que tiene acordadas con el FMI, dada la falta de mayorías propias en el oficialismo. ¿Tendrá el Gobierno ese músculo político?

El informe también enfatiza que varios factores juegan en contra: el déficit externo aún elevado (2,5% del PBI), los abultados vencimientos de deuda de 2026 por 17.000 millones de dólares (12.000 millones con bonistas y el FMI), un riesgo país todavía alto y las reservas netas negativas (-5.800 millones). Todos estos elementos sugieren que no habrá demasiado margen para dilatar decisiones en materia cambiaria y de reformas estructurales, clave para atraer inversiones y consolidar el crecimiento.

¿Correrá Milei la misma suerte que Macri o logrará romper el círculo vicioso? Desde la recuperación democrática en 1983, sólo dos presidentes argentinos fueron reelectos en forma inmediata: Carlos Menem y Cristina Kirchner. Menem logró la reelección en 1995, después de su primer mandato iniciado en 1989, gracias a la reforma constitucional de 1994 que habilitó la reelección

Por un período consecutivo. Cristina, por su parte, fue electa en 2007 y reelecta en 2011, consolidando el ciclo del kirchnerismo en la presidencia durante ocho años. Además, claro, su primer Gobierno representó la continuidad del de Néstor Kirchner, quien probablemente también hubiera ganado la reelección.

Sin embargo, ni Menem ni Cristina pudieron garantizar que un sucesor de su mismo partido mantuviera el poder. Menem no logró imponer a su candidato Eduardo Duhalde como continuador natural en 1999, quien fue derrotado por Fernando de la Rúa. De manera similar, Cristina Fernández no pudo imponer a Daniel Scioli en 2015, cuando Mauricio Macri llegó a la presidencia, cerrando la década kirchnerista.

Estos antecedentes muestran otra regularidad de la política argentina: el peso del líder personalista y la falta de institucionalización partidaria, que dificulta que los presidentes reelectos logren transferir el poder dentro de su propio espacio político. La figura del líder se superpone al partido, y cuando finaliza su mandato, la fuerza política se fragmenta o pierde legitimidad electoral.

Javier Milei en un acto de campaña en Junín el pasado 25 de agosto.

Pero peor es el caso de Milei, porque no estamos hablando de 2031, sino de la reelección de 2027. Milei planteó desde el inicio de su mandato que su intención era gobernar ocho años y luego retirarse de la política activa, con el triunfo en la batalla cultural. Tomando como modelo a Margaret Thatcher, admirada por Milei, solía decir que su mayor éxito era que hasta sus adversarios discutieran en sus mismos términos.

Pero esta estrategia implica precisar ser reelecto en 2027, y su proyecto depende de su figura porque no tiene delfines ni una estructura política con discípulos que gobiernen provincias y continúen su línea con cierto grado de expectativa presidencial. Esa es la gran diferencia con Cambiemos y luego Juntos por el Cambio, que, como bien repetía Macri, trataba de ser un equipo, mientras que Milei es un solista.

Aún hoy, seis años después de haber dejado el poder nacional, el PRO sigue gobernando la ciudad de Buenos Aires y varias provincias. Milei y LLA no cuentan hoy con candidatos territoriales que puedan continuar una obra y, si hacia 2026 se percibe que el Presidente no pudiera ser reelecto, se abriría un dilema: su fuerza política carecería de un sucesor del espacio y el propio Milei se convertiría en “pato rengo”, con un presidente que sigue en funciones hasta el final del mandato, pero sin proyectar continuidad personal ni poder imponer sucesores, generando debilidad política hacia el final de su mandato y dejando el proyecto susceptible a negociaciones parlamentarias y contrapesos del poder legislativo.

Macri comenzó a hundirse tras la fallida reforma previsional, que lo enfrentó ante los jubilados, un sector vulnerable de la población que hoy nuevamente sufre el ajuste de Milei. Pero a Milei la granada que le estalló en las manos fue la de Discapacidad.

¿Será este un punto de inflexión, o como indican las encuestas, la mayoría no piensa cambiar su voto? ¿Lo votará, pero luego, como a Macri en 2017, al año siguiente lo abandonará? La comparación con 2017 no es un espejo exacto, pero advierte sobre la fragilidad de los proyectos presidenciales ante factores internos y externos.

Producción de texto e imágenes: Facundo Maceira

TV/ff

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