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Cuando el destino está marcado nada lo puede alterar. Incluso si uno quiere boicotearlo o descreer. Eso mismo le sucedió a Christopher Lloyd, quien no quedó fascinado al leer el libro de Volver al futuro durante los descansos del rodaje en México de una película más… Lo arrojó a la papelera (por aquella época la real, no la de reciclaje) y rechazó el proyecto con amabilidad.
A sus 40 y tantos años contaba con una respetable trayectoria en el teatro de Broadway, donde había hecho sus primeras experiencias como actor. También se lucía en series televisivas, con un par de Premios Emmy adornando su biblioteca. Y había logrado cierto reconocimiento en el cine, gracias a ese paciente psiquiátrico internado junto a Jack Nicholson en la genial Atrapado sin salida, de 1975.
Además había estudiado arte dramático en la célebre Neighborhood Playhouse de Nueva York, al igual que figuras como James Caan, Diane Keaton y Steve McQueen. Sí, podía aspirar a roles más comprometidos: Lloyd entendía que cualquier otra posibilidad que surgiera le resultaría más atractiva que Back to the future.
Pasaban los días y lo que no pasaba era ese guion, que seguía dando vueltas en su cabeza. Su esposa, la también actriz Kay Tornborg, y un amigo le dieron un empujoncito. Al fin y al cabo, la historia no estaba nada mal -razonaba-, y aunque no tenía ninguna chance de ser un éxito -especulaba- podría tratarse de un filme interesante. “Y bueno, ¿por qué no?”, pensó el bueno de Christopher, quien voló a Los Ángeles para un encuentro con Robert Zemeckis.
El director (que venía de recibir la negativa de un John Lithgow que luego haría Pie Grande y los Henderson) procuró convencerlo al brindarle su confianza: tendría libertad absoluta para componer el personaje. Y el actor por fin aceptó.
Meses más tarde arrancaría la filmación de una película que era cualquier otra cosa menos Volver al futuro, aunque así se llamaba, por supuesto.
Christopher Lloyd interpretaba al Doctor Emmett Brown, un pintoresco científico que había inventado una máquina del tiempo montada sobre un DMC De Lorean, un deportivo de tan escasa potencia como ventas alcanzadas en el mercado. Eso sí, mucho más atractivo que la idea original de los guionistas: colocar el revolucionario dispositivo en una heladera.
En tanto que el rol del joven Marty McFly, el fiel escudero que lo ayudaba en los experimentos y cuidaba de su perro (otra modificación: en un principio se había pensado en un chimpancé), había caído en manos del prometedor Eric Stoltz.
A los dos meses de rodaje Zemeckis supo que tendría una película dramática por la severa impronta que Stoltz le daba a su personaje. Justamente, todo lo que no deseaba. Y aun cuando ya había invertido millones de dólares en la filmación de escenas fundamentales para la trama, tomó una drástica determinación: Stoltz… ¡afuera!
Si bien el director contó con el respaldo del productor de la película, nada menos que Steven Spielberg, un descreído Lloyd se agarró la cabeza por la sustitución. Y alcanzó a oponerse. “Yo estaba muy preocupado. Pensé: ‘No sé si voy a poder repetir todas esas escenas de nuevo’”, recordó en una entrevista con GQ. “Eric es un actor maravilloso, pero decidieron que necesitaban a alguien con mayor habilidad para la comedia”.
Cuando Michael J. Fox apareció en escena, cuando colocó un pie en el set de filmación, ahí mismo nació Volver al futuro. Aquel filme que tenía un destino marcado: convertirse en un suceso de taquilla (recaudó 400 millones de dólares, consagrándose como el más visto de 1985) y en un ícono de la cultura pop, con dos personajes principales entrañables.
Mal que le pese a Eric Stoltz, Zemeckis tenía razón: buena parte del éxito se debió a la química entre Fox y Lloyd, que fue inmediata en la pantalla pero no entre bastidores. Y es que a Michael le tomaría varios días ganarse la simpatía de un Christopher todavía dolido por el tardío pero acertado reemplazo. Cuando lo logró, sería para siempre: conservan uno de los vínculos más puros y genuinos de Hollywood.
Lloyd se enorgullece cuando algún fanático de la saga le cuenta que se hizo en científico inspirado por su personaje. Y es que gracias a la libertad que le otorgó el director, su aporte al Doctor Brown -más cambios: cuando leyó el libro era Profesor Brown– resultó decisivo.
No solo se permitió improvisar en varias ocasiones, sino que además tomó rasgos característicos de Albert Einstein y el director de orquesta Leopold Stokowski -como el pelo revuelto y descuidado- para crearlo. Y hasta cuentan que con el ingreso de Fox propuso encorvar su postura, para que su longilíneo 1,85 no opacara el 1,63 de su compañero.
Lo que no pudo modificar fue su edad: el Doc tenía unos 20 años más. Nadie podría afirmar el número exacto, pero en la primera entrega sería de 65 contra los 46 que Lloyd sumaba por entonces. Por eso debía permanecer un largo rato en la zona de maquillaje, previo al rodaje diario, para avejentarse.
En las secuelas de Back to the Future los guionistas hallaron un recurso que evitó perder horas preciosas en cada jornada: el científico rejuvenece al hacerse un tratamiento en una clínica, durante una estadía en el futuro. De esa manera Christopher salía al ruedo tal cual era.
El espíritu inquieto del Doc dista mucho de la manera de ser del actor, quien se considera alguien más calmo y tranquilo. Los orígenes acaudalados sí los emparentan. De la misma manera que en 1955 Emmett Brown vive en una mansión -con las décadas dilapidará su riqueza persiguiendo su obsesión de viajar en el tiempo-, Lloyd proviene de una familia de holgado pasar económico, con un abuelo que fuera empresario petrolero: Lewis Henry Lapham.
A fines de agosto de 2011 Christopher Lloyd volvió a ser Doc Brown por un ratito, nada menos que en la Argentina. Lo hizo convocado para una serie de comerciales de la extinta cadena de electrodomésticos Garbarino. Pronunciar correctamente el nombre de la marca fue casi una tortura para el actor. El resto fluyó, en seis días de rodaje -la mayoría en un local de Cabildo y Juramento- por los cuales cobró 200 mil dólares, cifra que de inmediato donó a la fundación de Michael J. Fox que busca una cura para el mal de Parkinson.
Con el actor también llegó al país un DeLorean, que muchos confundieron con el original. En rigor, un fan de Volver al futuro -llamado Oliver Holler- adquirió el auto de calle para luego modificarlo y emular el de ficción. Lo hizo con tanto detalle que Universal lo reconoció como una réplica fiel.
Para las escenas de acción de la publicidad, como cuando el coche se estrella contra una vidriera, se recurrió a un vehículo del parque automotor local; un Toyota, para más datos. El DeLorean de Holler estaba valuado en 500 mil dólares. No tenía sentido correr riesgos.
Encantado con Buenos Aires, Lloyd se quedó varios días paseando. Una noche pidió asistir a un espectáculo de tango. En un momento una bailarina del show lo invitó a ensayar algunos pasos al compás de 2×4. Se quedó perplejo. La timidez y el bajo perfil que siempre lo caracterizaron, le ganaron una vez más.
Hoy, a casi cuatro décadas del Volver al futuro I, Christopher Lloyd tiene 86 años: los cumplió este 22 de octubre. Se mantiene en plena vigencia: participará de la segunda temporada de Nadie, la serie de Bob Odenkirk (Better Call Saul). Divorciado por cuarta vez y sin hijos, desde 2017 está en pareja con Lisa Loiacono, una agente inmobiliaria 32 años más joven, a quien define como su “esposa definitiva”.
Mientras tanto sueña -al igual que todos nosotros- con una cuarta entrega de la saga. Disfruta de cada reencuentro con Michael J. Fox. Y desde el perfil de su cuenta de Instagram, con 1,3 millones de seguidores, se pregunta: “¿Qué año es?”.
Y… cuando miramos de nuevo Volver al futuro, es como si nos transportáramos a los 80: el asombro es el mismo de cuando la vimos por primera vez. Entonces supimos -apenas en la tercera o cuarta escena- que esa película tenía el destino marcado. Se nos iba a grabar para siempre en el corazón.
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