Por Leidy Juliana Restrepo Mesa, para EL TIEMPO.
Fue uno de los precursores del porno en Colombia. Militó en el M-19 y era la persona que revelaba las fotos de sus acciones guerrilleras de propaganda, pero sus fotos más famosas se las tomó a su amigo de colegio y el hombre que –incluso– lo dejó fotografiarlo dormido: Pablo Emilio Escobar Gaviria. Esta es la historia del fotógrafo amante del aguardiente que se salvó de los Pepes y de las balaceras accidentales de los guardaespaldas de Carlos Lehder en la piscina de la Hacienda Nápoles. Esta es su entrevista con la Revista BOCAS.
Édgar ‘el Chino’ Jiménez me espera en el club de ajedrez y billares Maracaibo, en Medellín. Usa una camiseta polo de rayas verdes claras y oscuras, tiene el pelo plateado, 74 años y mide 1,74 m de estatura. Sus cejas negras se levantan por encima de las gafas cada que va a explicar algo. Su vida es una extraña mezcla de fotografía, militancia política en el M-19 y una cuestionable amistad con Pablo Escobar. No tiene afanes, no tiene estreses, no tiene culpas, o eso parece, mientras habla de su vida sentado y relajado en una de las mesas del tercer piso del Maracaibo, el piso del ajedrez, que ha sido “toda la vida” el lugar de sus borracheras.
Su apodo, ‘el Chino’, nació en el Liceo Antioqueño, en 1963, por los tropiezos constantes de su lengua, sus dientes y su paladar. Hay que entender con esfuerzo lo que dice, y con ese mismo esfuerzo hay que tratar de entender su vida.
En el Liceo estudió tres años con el futuro autor de masacres, carros bomba y magnicidios, el peor criminal de Colombia: Pablo Emilio Escobar Gaviria. En 1965, ambos estaban en tercero de bachillerato. Escobar era un joven “callado, se mantenía como pensativo”, o al menos así lo recuerda el Chino Jiménez. Era, además, famoso por ser el hermano de Roberto Escobar, que para ese entonces era un prometedor ciclista reconocido por correr y ganar etapas en la Vuelta a Colombia. “Era una especie de héroe para nosotros”, dice el Chino. A Roberto le decían ‘el Oso’, y el apodo se convirtió en su alias: ‘el Osito’.
Pablo y Édgar no volvieron a saber el uno del otro hasta que, en 1980, el Chino fue contratado para tomarle unas fotos a una finca. Esa finca era la Hacienda Nápoles, el capo lo reconoció de inmediato como su compañero de colegio y decidió que a partir de ese momento sería su fotógrafo personal. Édgar registró los hipopótamos que hoy en día son una plaga terrible en el río Magdalena; las cebras, los pájaros y todos los animales exóticos que llegaban por cuenta de un hombre al que –también– fotografiaba dormido en su cama. Todas esas fotos hoy son archivo histórico y objetos de colección para los que en estos tiempos han convertido a Escobar en un mito tan rentable como Al Capone.
Pero antes de Escobar, el Chino también sabía de clandestinidad y política. En los años 70 fue parte de la Anapo (Alianza Nacional Popular) y en 1974, marcado por las acusaciones de fraude de las elecciones presidenciales entre Rojas Pinilla y Misael Pastrana, un amigo le propuso unirse a la estructura política de la célula en Medellín del M-19. Fue el fotógrafo encargado de revelar las imágenes de las acciones del movimiento y hacerlas llegar a los medios de comunicación. Bajo la luz roja del laboratorio, el Chino descubría que el movimiento al que pertenecía regalaba pollos a la gente, se tomaba lugares, robaba armas. “Chino, tráigase el laboratorio”, le decía Santamaría, el líder de la célula del M-19, y él obedecía y disparaba su cámara o revelaba las fotos de otros.
Hoy debate por WhatsApp con los amigos que no lo han bloqueado, juega ajedrez y billar, y toma “guaro” en el centro de Medellín. Sale después para su apartamento en El Salvador. Vive en el cuarto piso de un edificio habitado por su hija y su nieto, en el piso de abajo. En el primer piso de ese mismo edificio vive la mujer que ha sido su compañera por más de 50 años, pero con la que dice que “nunca” ha vivido, porque “la cercanía mata el amor. Estamos aquí juntos, pero de todas maneras separados. Yo en el cuarto y ella en el primer piso. De todas formas, ahí nos vemos todos los días”.
Quizás todo lo que había que decir del Chino ya lo dijo Alfonso Buitrago en El Chino: la vida del fotógrafo personal de Pablo Escobar (2022), un libro de 400 páginas con fotos de Édgar. Esta será –entonces– una instantánea de un testigo directo de una época terrible para Colombia. Sentado en el Maracaibo, tomando tinto, Édgar Jiménez empieza a recordar su vida. La cerveza y los cuartos de Ron Medellín van llegando con las horas y con ellos aparece el Chino, el fotógrafo de Pablo Escobar, el militante de izquierdas, el bohemio y desdeñoso.
¿Siente que su vida está marcada por haber sido el fotógrafo de Pablo Escobar?
Sí, siempre queda uno más bien encasillado en esa faceta. Pero es lógico, porque Pablo se convirtió en un personaje de talla mundial, un personaje malo, bandido. Se convirtió en el bandido más famoso de toda la historia. Y el hecho de haber sido compañero de estudio de él y de haber sido su fotógrafo y el de su familia durante tantos años y de tener muchas fotos me ha hecho un fotógrafo muy reconocido. Ahorita te metes a internet y encontrás centenares de videos de YouTube y en cada uno las mismas tres o cuatro fotos mías. Probablemente unas de las fotos que se han difundido más por el mundo entero, por ser de Pablo Escobar. Entonces esa faceta me marcó mucho, en definitiva. Pero yo antes había incursionado en la fotografía social, que está como en la escala más baja (se ríe) de lo que es la fotografía. También me metí en la fotografía política y fui fotógrafo de políticos durante muchos años, de eventos de izquierda, empecé con la Anapo en el 70, cuando al general Rojas Pinilla le robaron las elecciones y después de ese 19 de abril surge, cuatro años después, el movimiento M-19. Yo pertenecí a él desde sus inicios. Soy de los iniciadores del M-19 aquí en Medellín. Y fui militante de izquierda durante toda mi vida.
Y también hizo parte de la revista Cuerpos…
Sí. En la vida todo va surgiendo como por azar. No es que yo me haya buscado nada de esto. Uno realmente en la vida es poco lo que busca. Más bien la vida es como azarosa y muchas veces lo va metiendo a uno en ciertas partes donde jamás se imaginó. Yo, por ejemplo, me convertí en un precursor de la fotografía porno aquí en Colombia, pero fue un hecho circunstancial. Fue que Édgar Escobar, un poeta, un tipo que fue de relaciones públicas de Pablo Escobar, fundó Trópico Producciones a mediados de los 80. Con esa productora él empezó a hacer videos y revistas porno. Los primeros videos porno que él hizo: Aroma de sexo y otro. Yo fui el fotógrafo de la carátula de esos videos. Y cuando lanzó la revista fui el fotógrafo de Cuerpos desde el primer número hasta el número 40.
¿Cuál era su técnica?
Todo el mundo tiene sus cosas. A mí no me interesó nunca la fotografía artística. A mí me gusta mucho es la fotografía documental; la fotografía que no muestra el ser humano no me gusta. Yo tomaba fotos sociales en matrimonios y esas cosas para solventar mis estudios universitarios. La fotografía social está desdeñada, pero tampoco es que sea tan fácil, también tiene su cosa. En la Anapo me convertí en fotógrafo político, y por eso Alfonso (Buitrago) se interesó por mí y por mi archivo. No solamente es Pablo Escobar, no es solamente el M-19. Las fotos que hice del basurero de Moravia están en este momento en una exposición. Y esas fotos las tomé desde un helicóptero piloteado por Carlos Lehder.
Cuénteme esa anécdota de Moravia y el helicóptero.
Iba con él (Carlos Lehder) a tomar fotos de Moravia y Medellín sin Tugurios. Nos encontrábamos y nos íbamos para el aeropuerto. Y allá había un helicóptero al que le habían quitado la hijueputa puerta de atrás. Y me tocaba subirme a tomar fotos a dos mil pies de altura. Le habían quitado la puerta para yo poder tomar las fotos. Pero fui también con un amigo que no sé de dónde salió. Y me tenía que tener de la cintura. Yo con dos cámaras colgadas. Eso fue como entre el 3 y 4 de agosto del 1983, que fue la fecha en que clausuraron ese basurero.
¿Y con el M-19 tiene historias parecidas?
Las fotos las tomaban generalmente los mismos que hacían el asalto, pero esas fotos luego había que procesarlas, entonces a mí me llegaban los rollos, me metía al laboratorio, revelaba las fotos, sacaba las copias y enseguida me tocaba hacerlas llegar a los medios de comunicación, porque la idea era que los medios divulgaran el impacto del M-19 repartiendo comida, pollos, bolsas de leche, chocolates y todo eso a los sectores más pobres de la comunidad. En una de esas, por ejemplo, asaltaron un carro de leche por La Iguaná y había que repartir las fotos de ellos repartiendo la leche, yo las saqué y llamamos a El Colombiano, que quedaba ahí en todo el centro de Medellín. ¿Y nosotros qué hicimos para hacer llegar las fotos a El Colombiano? Las metimos en un sobre de manila y fuimos a la Basílica Metropolitana, entramos por la puerta del medio, por la puerta principal, y en la primera columna de la derecha, en una cornisa pusimos el sobre de manila, de ahí salimos y llamamos a El Colombiano y entonces dijimos… Yo no hablé porque como la voz mía se identifica tan fácil entonces fue el compañero mío. Les dijo esto: “En la Basílica Metropolitana, entrando por la puerta principal, en la primera columna a mano derecha, encima de la cornisa hay un sobre con unas fotos para ustedes. M-19″. Y cualquier noticia del M-19 inmediatamente era un boom; más nos demorábamos nosotros en decirles a ellos que esas fotos estaban ahí. Ahí mismo llegaron. Estábamos nosotros en la esquina tomando tinto y le tomaron fotos a la columna, a todo eso. Al otro día en primera página salieron esas fotos que yo había procesado.
No corría riesgos haciendo parte de la vida de Pablo Escobar y del M-19 al mismo tiempo…
Bueno, yo pienso que la parte como más interesante, más relevante fue la que sucedió a comienzos del 81. El secuestro del M-19 de Martha Nieves Ochoa (hermana del narcotraficante Jorge Luis Ochoa) dio lugar al grupo MAS (Muerte A Secuestradores), un grupo que tenía toda la fortaleza financiera y económica que vos querás: el cartel de Medellín, el cartel de Cali, Carlos Lehder, El Mexicano, Pablo Escobar, los Ochoa, todos estos narcos. Y entonces se da la paradoja de que yo, siendo militante del M-19, estaba coordinando la campaña política de Pablo Escobar en Medellín, que era uno de los fundadores del MAS. Fue una guerra muy violenta que duró un mes y medio, hasta la liberación de Martha y que le costó mucho al M-19 como estructura. Entonces, ¿por qué no me pasó nada? Porque la mayoría de la cúpula del M-19 estaba detenida en La Picota. Y al inmediato superior mío, que era Israel Santamaría, le mandé a decir con la esposa que yo y otro amigo del M-19 nos habíamos incorporado a la campaña política de Pablo Escobar. A él le pareció muy bien que estuviéramos metidos ahí, que eso le parecía muy importante, que teníamos toda la autorización, a pesar de que estábamos enfrentados, era importante tener a alguien metido en la estructura de Pablo Escobar.
¿Escobar sabía que usted hacía parte del M-19?
Claro, desde que estábamos estudiando sabía de mis inclinaciones políticas, y yo también sabía las de él porque me parece que, entre otras cosas, Pablo Escobar era admirador de la revolución cubana, era admirador del Che Guevara, y era admirador de Fidel Castro y tenía sus inclinaciones revolucionarias, como todos en esa época. Sí, él sabía que yo era un militante del M-19, pero también sabía que yo no hacía parte de la estructura armada, sino de la estructura política. Pablo sabía muy bien eso y sabía que éramos amigos de él y éramos leales en la campaña política, que estábamos trabajando duro, entonces a nosotros no nos tocaron. ¿Te das cuenta? Yo estuve metido en una guerra que le costó un montón de muertos al M-19 y a mí no me pasó absolutamente nada, pero tenía la autorización del M-19 y tenía la aceptación de Pablo Escobar.
Y en medio de ese trabajo, ¿qué historia se le quedó marcada en la cabeza?
Una vez, en la Hacienda Nápoles, estaba Carlos Lehder y un montón de guardaespaldas de él y de guardaespaldas de Pablo. Yo estaba con un amigo, el ayudante. En la noche, nos reunimos en la piscina, había un piano en un lado y escuchábamos música. En ese momento estaba con mi amigo tomando aguardiente, y por allá en otras mesas estaban sentados los guardaespaldas tomando cerveza: Popeye y ellos. Y al otro lado estaba Pablo Escobar con Lehder organizando sus negocios, porque entonces ellos ya estaban separados. Cuando de pronto sonó una ráfaga: ta-ta-ta-ta-ta, ¡como 10 o 12 disparos consecutivos! Mi amigo se tiró detrás del piano, yo sí me quedé donde estaba porque cuando uno no sabe de dónde vienen las balas, ni para dónde van, uno no se mueve. Y yo no sabía de dónde venían, ni para dónde iban, y me quedé quieto. Uno de los guardaespaldas de Carlos Lehder estaba sentado en una mesa en un paraguas de esos, con el fusil ametralladora sin seguro y lo tenía con el dedo en el gatillo y se fue quedando dormido, y cuando se quedó dormido, taque: se accionó eso y ta-ta-ta-ta. En el paraguas quedó una parábola: todos los huequitos de las balas. Y esas balas iban a dar como a dos metros hacia atrás de donde estaba yo con mi amigo, pero no alcanzaron a llegar. El tipo se despertó y las balas se perdieron al aire. Todo el mundo se azaró mucho, pero fue un accidente.
¿Y tiene fotografía especial de esa época?
La más relevante es la foto cuando Pablo está dormido, porque es que tomarle fotos a un personaje de esos así, pues no es usual. No es usual que el bandido más famoso de la historia tenga una foto donde está dormido y que un fotógrafo se le haya metido a la pieza a tomarle una foto durmiendo. Esa foto de Pablo es, tal vez, la más representativa, la más extraña, la más fuera de lo común. Además de que es famosa mundialmente. Es que esas fotos mías son fotos que el mundo entero las conoce, que se publican y se publican y todos los días sale una foto y todos los días sale otra y otra y otra… Yo en estos momentos ya tengo un abogado que es especialista en derechos de autor, que me está siguiendo unos procesos de demanda contra una productora de una editorial que han sacado fotos mías sin permiso, sin autorización. No me han pagado y ni siquiera me dan el crédito. Usted se mete a Google e incluso hay videos del uno, del otro, del aquel, del de más allá, todo el mundo hace videos y ganan plata y en cada video de esos hay cuatro, cinco, seis fotos mías. En todas partes del mundo y en periódicos de otras partes. Entonces ya estoy mamado de eso y ya empecé a poner demandas.
¿Y Pablo Escobar nunca se le enojó por tomarle una foto?
No, nunca, jamás. Todo lo contrario. Yo no me veía mucho con él, pero cada que había un evento donde él iba a estar me llamaban y me decían que fuera a tomar fotos. Él apenas me veía me saludaba muy formal, porque Pablo me tenía como aprecio y me saludaba muy efusivamente. Siempre me tuvo mucha confianza y nunca puso problema a ninguna foto que yo hiciera. Claro, yo también sabía que había algún tipo de fotos que yo no podía hacer. Por ejemplo, un día estaba con una amiga en la piscina y la amiga estaba encima de él. Yo la conocía porque le había tomado las fotos de la primera comunión y de los 15 años, pero antes de que ellos se conocieran. Esa fue una de las amantes de Pablo Escobar que más le duró. Todo el mundo conoce a Virginia Vallejo y a Wendy Chavarriaga, pero esta es la otra, pero no quiero dar el nombre de ella. Era hija de un arquitecto que murió en un accidente de tránsito. Yo le tomé las fotos de la primera comunión ahí en El Poblado y después también le tomé las fotos de los quince años, que fue una fiesta en el Club Campestre, que la patrocinó Félix Correa Maya, el famoso banquero de la defraudación financiera. Después, una vez que yo subí a Nápoles, me encuentro con ella ahí con Pablo. Eran amantes y estaban en la piscina, acaramelados el uno con el otro. A mí sí me hubiera gustado tomarle una foto, pero era una foto que yo no podía tomar, porque no estaba autorizado. Si él me hubiera dicho: ‘venga, Chino, tómeme una foto’, la hubiera tomado, pero si no me dice, yo no voy a arriesgarme a violentar la intimidad que ellos tienen ahí. Pero por lo demás, en todas las fiestas donde yo estaba invitado era para tomar fotos; ahí tomaba todas las fotos que yo quería. Ahí no tenía ningún inconveniente.
¿Y era celoso con los rollos y los negativos, usted se los tenía que entregar?
No, nada, nada. Él nunca, jamás me dijo que debía tener mucho cuidado. Cuando la persecución con los Pepes aparecían las fotos de los afiches de él, Popeye y de todos ellos; eran fotos viejas. No se parecían mucho. Yo tenía fotos recientes y Pablo sabiendo que yo tenía todo ese archivo, jamás me mandó, si quiera, a decir: ‘Oye, Chino, tenga mucho cuidado con esas fotos’. No, nunca. Y por supuesto que yo esas fotos las encaleté. Yo cómo me iba a poner a entregarle esas fotos al Bloque de Búsqueda; me matan. Yo esas fotos las tuve ahí, archivadas y guardadas. Además, nadie supo que yo tenía ese archivo. Me habían encomendado que tomara unas fotos de fiestas y cosas de esas y yo no podía ponerme a entregar fotos de ellos a las autoridades. Sabiendo, además, que más me demoraba yo en entregar esas fotos que en estar muerto. Porque así era. Pablo tenía informantes por todos lados. Los Pepes no se dieron cuenta de que yo era el fotógrafo de Pablo Escobar, si no hubieran ido por mí, me hubieran quitado el archivo y me hubieran matado. Yo todavía no entiendo cómo fue que no supieron. Todo el mundo sabía que yo era el fotógrafo de Pablo Escobar. Y todavía no he podido entender por qué los Pepes nunca me cogieron. Eso es un misterio para mí.
Uno dice que la suerte…
(Risas)… yo no sé. A mí todo el mundo me dice: “Oíste, ome, ¿vos por qué estás vivo?” Yo no sé. Es más, como yo he pasado tan desapercibido, ni siquiera me daba cuenta en el peligro que estaba. Yo era por ahí. Iba a jugar billar, ajedrez, a tomar trago todos los días. Sería porque salía borracho todos los días de allá que de pronto dijeron: ‘Ese tipo es un borrachito ahí, es un loquito’.
A mí todo mundo, todos los amigos que me conocen de hace años y que han visto que la vida mía ha sido un tanto azarosa, no porque sea malo, ni bandido, sino porque tengo esa predisposición a estarme metiendo continuamente en líos, y sobre todo bajo el efecto del licor. Yo he sido una persona bastante aficionada al trago, a la bohemia, y vos sabes que ese aguardiente, que es lo que me gusta a mí, es lo más parecido a Mr. Hyde. No sé si conoces la historia de Stevenson. El doctor Jekyll era un aristócrata muy bien puesto, era una persona muy respetable, pero se inventó una pócima que se tomaba y lo transformaba en Mr. Hyde, que era un tipo absolutamente abominable, y después volvía a ser nuevamente el doctor. Pues a mí la pócima que me transforma es el aguardiente. Todos los que me conocen saben que tomando guaro o aguardiente soy otro muy distinto. Antes bebía casi todos los días. Yo he amanecido muchas veces en penitenciarías, hasta puñaladas me metieron en peleas. Por estar embriagado, alicorado. Los amigos que me conocen y saben lo de Pablo Escobar, que los Pepes no me mataron, que sobreviví al M-19 y a todo lo que me ha tocado, dicen que yo tengo un angelito cuidándome. A mí me parece que es como atípico. Sobre todo, los Pepes me debieron haber matado. Ellos mataron a todo el que tenía algo que ver con Pablo Escobar. Yo que había sido el fotógrafo de él y que tenía todo ese archivo, me hubieran cogido y me hubieran matado.
¿A qué se dedicó después de la muerte de Pablo Escobar?
¿A qué me dediqué? A vivir de cuenta del archivo de él. Yo vivo de cuenta del archivo de Pablo Escobar. Yo estoy vendiendo las fotos a productoras del mundo entero que me las están solicitando. Entonces vendo esas fotos y de eso vivo. Tampoco es que sea mucho, pero no tengo que pagar arriendo, no tengo que pagar servicios, la comida me la da mi hija. Lo que yo me gano es pa’ gastarme por ahí con los amigos, tomándome mis cervezas, mis tragos, mi aguardiente. Entonces estoy dedicado a eso. Yo no me voy a pensionar, pero mi pensión consiste en vender las fotos que tengo de Pablo Escobar y que le dan la vuelta al mundo entero. No pasa un año sin que yo les venda a tres, cuatro o cinco productoras, y con lo que me pagan en dólares, con eso vivo.
¿Todavía sigue tomando fotos?
Ya no tomo fotos por compromiso. Tomar fotos de compromisos sociales es muy jarto. Nunca me gustó y me sentí un tanto disminuido tomando fotos en matrimonios, primeras comuniones y quinces. He pensado dedicarme a tomar fotos documentales. La fotografía como documento social es lo que siempre me llamó. Hace poco hice una exposición en el Centro Cultural de Moravia (en Medellín). Es una exposición permanente sobre el basurero de Moravia. Todo el que ha visto el trabajo le parece que son las mejores fotos que se han tomado de ahí. La verdad es que yo viendo las fotos, modestia aparte, estoy de acuerdo con que las mías son mejores. Esas fotos permanecieron ocultas desde el año 83, que las tomé. El basurero fue clausurado seis meses después, en abril del 84. Una montaña de basura era Moravia. Allá, en el Centro Cultural, pueden ver la exposición.
¿Y la gente no lo estigmatiza?
Realmente, no. Es que yo solo era un fotógrafo. Yo no era bandido, yo no era delincuente. Yo no hacía parte de la estructura criminal de Pablo Escobar. Él era amigo mío, compañero de estudio. Me apreciaba mucho a mí porque yo fui muy buen estudiante. A mí los compañeros de estudio me recuerdan mucho porque era muy buen estudiante. Y aquí (en el Maracaibo) me recuerdan o me conocen porque he sido muy cagada. A cada momento amanecía en las penitenciarías. Yo me enloquecía y levantaba todo a pata, por eso me vetaban, pero volvían y me quitaban el veto, porque yo era amigo de todo mundo. La última vez la cagué tan feo que ya me sacaron del todo; estuve cinco años perdido. Podía entrar, pero no me atendían.
¿No se arrepiente de nada de lo que hizo?
No; ni de las cagadas, ni de las puñaladas que me han dado, ni de nada. Porque son experiencias y todas las experiencias, buenas o malas, son necesarias. Qué tal que todas fueran buenas.