La opinión de Agustina Méndez y Jerónimo Uriarte
En la vida existen dos opciones. O Dios no existe y nada importa, o Dios sí existe y cada mínima acción importa. Quisiera empezar de esta manera para explicar la importancia de la Navidad bien vivida, en su sentido natural y más cargado de significado.
Sucede que los hombres y mujeres de fe en el Uruguay, vivimos y hemos naturalizado una larga tradición laicista, hostil y persecutoria del fenómeno religioso.
Sin embargo, las ridiculizaciones no suelen recaer con la misma intensidad sobre las demás religiones, sino que se enfocan particularmente en el cristianismo.
La historia
Cargamos con una historia de censura que se remonta a la Constitución de 1918 que le dio la actual redacción al art. 5 de nuestra Carta.
“Todos los cultos religiosos son libres en el Uruguay. El Estado no sostiene religión alguna. Reconoce a la Iglesia Católica el dominio de todos los templos que hayan sido total o parcialmente construidos con fondos del Erario Nacional, exceptuándose sólo las capillas destinadas al servicio de asilos, hospitales, cárceles u otros establecimientos públicos. Declara, asimismo, exentos de toda clase de impuestos a los templos consagrados al culto de las diversas religiones”.
Así, se daba un cambio de paradigma en la protección constitucional del fenómeno religioso, siendo esta reforma uno de los últimos pasos en un proceso que se decía secularizador. Le habían antecedido la exclusión de los jesuitas, la laicización de los cementerios, la reforma valeriana, entre otros acontecimientos.
El Uruguay de hasta aquel momento, gobernado por el Batllismo sin representación proporcional integral en las Cámaras y sin voto secreto (reivindicaciones de la divisa blanca en las revoluciones nacionalistas de cambio de siglo), se encaminó a una reforma constitucional de consensos.
Entre las prioridades del Batllismo en ese entonces se destacó fomentar el rol de las Empresas Públicas y la persecución de la religión.
No solo se separó a la Iglesia del Estado sino que se empezó el proceso de remover a Dios de la esfera pública de forma radical, lo que se materializa descolgando los crucifijos de los Hospitales y prohibiendo que los enfermos mentales internados participen de una misa, aún si implica darles una mínima esperanza en momentos de gran dificultad.
De lo anterior se deduce que rápidamente se mutó de la laicidad al laicismo. Pero, ¿qué diferencia a estos dos fenómenos? Michelin Millot expone tres presupuestos de laicidad: la separación de Iglesia y Estado, la neutralidad -no favorecer a ninguna religión en específico-, y la libertad de conciencia y religión.
Esto muchas veces implica una posición activa del Estado laico, que propende la religión en las personas, que lo ve con buenos ojos, más allá de su abstención de preferencia.
Por otro lado, el laicismo es una postura más ideológica que jurídica. Es la negación de la realidad religiosa en las sociedades. Se circunscribe lo religioso al ámbito privado.
Es evidente que el espíritu de nuestro artículo 5 no es consagrar el laicismo, sino la laicidad.
Agustina Méndez y Jerónimo Uriarte.
De Posadas
Ignacio de Posadas sostuvo que imponer desde el Estado una filosofía o una ideología es violar el principio de laicidad, porque signfica violentar la libertad de la persona.
Pero, de igual forma, violación de la lacidad es imponer un agnosticismo o un ateísmo, como ocurre en Uruguay en donde se ridiculiza y se persigue institucionalmente al fenómeno religioso.
No sólo nos adherimos a sus palabras, sino que hemos experimentado, como católicos, la desvalorización de nuestras opiniones, por parte de terceros, entre ellos políticos, que nos desacreditan por vivir públicamente nuestra fe, y con este pretexto, nos hacen saber que para ellos, nuestros argumentos en los diferentes puntos de discusiones de nuestra sociedad, no valen nada.
Parece contradictorio en tiempos de “grandes diálogos sociales” donde siempre se convoca a la sociedad civil y diversas organizaciones sociales ante cualquier política pública, que se excluya de la conversación a una institución con veinte siglos de antigüedad, como es la Iglesia Católica.
Lo que olvidan los Robespierre de la Época Contemporánea, es que las verdades del cristianismo y las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo conforman la piedra angular de la sociedad occidental e inundan los presupuestos de moralidad de la sociedad entera, incluso de los más fervientes jacobinos.
La existencia de Dios y la espiritualidad del alma humana, son el fundamento de la igual dignidad de todo individuo de la especie humana. Y la igual dignidad de todo ser humano es el fundamento de los Derechos Humanos (Declaración Universal de DDHH, arts. 1 y 2).
Tampoco advierten los Batllistas que la Iglesia es eterna y sus enseñanzas imperecederas. Mateo 16:18 prescribe “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará”.
Casi 2025 años han pasado desde la venida al mundo del redentor de la humanidad, el todo Dios y todo Hombre, Jesús de Nazaret, y no han podido hacer desaparecer a su Iglesia.
Ni siquiera en el “país más laico del mundo”, el “experimento de la francmasonería”, han podido despojar a Jesús de la vida en sociedad y de inspirarnos en cada acción. Porque donde sea que vaya un cristiano, allí levará a Jesucristo en su corazón como la sal de la tierra y la luz del mundo.
En estas fechas, los balcones de los edificios, las casas de Montevideo y del interior del país, llevan una balconera que dice “Navidad con Jesús”.
Una vez más, como todos los 25 de diciembre, se nos quiere imponer el cambio de celebración. Ya no es “Día de Navidad”, sino que los Batllistas y socialistas pretenden llamarle el “Día de la Familia”.
A todos ellos me gustaría decirles, que el 24 no es el día de la familia, sino que es el Día de la Sagrada Familia.
Tomemos la invitación que nos hace el Santo Padre Francisco, llevemos a Jesús a los uruguayos en esta Navidad, vivamos con orgullo y valentía nuestra fe, y divulguemos la verdad, para que nuestra sociedad conozca la verdad y la verdad los haga libres.
Como Dios existe y cada acción importa, no podemos seguir viviendo con miedo de proclamarlo, pero tampoco con soberbia en nuestra fe. Decía Santa Teresa de Jesús, “la humildad es andar en la verdad”.
Bien, andemos en la verdad más que nunca, que el regalo de la venida al mundo del Niño Dios nos inspire para dar testimonio de que se es mucho más feliz al vivir una vida con sentido, una vida donde todo y todos importan, y no una vida puramente materialista en donde todo es pasajero y relativo.
Si te rehúsas a creer el absurdo de que de la nada surgió el todo, si te rehúsas a creer que cada momento y conversación con un ser querido es una mera casualidad sin razón de ser, entonces gran parte del trabajo ya está hecho. Jesús te puede estar buscando esta navidad para que le entregues tu vida así como Él la entregó por toda la humanidad en la cruz.
Te está tocando la puerta, ¿lo vas a dejar entrar? Dios te bendiga y te permita celebrar sin miedo una Feliz Navidad, con Jesús.
En la vida existen dos opciones. O Dios no existe y nada importa, o Dios sí existe y cada mínima acción importa. Quisiera empezar de esta manera para explicar la importancia de la Navidad bien vivida, en su sentido natural y más cargado de significado.
Sucede que los hombres y mujeres de fe en el Uruguay, vivimos y hemos naturalizado una larga tradición laicista, hostil y persecutoria del fenómeno religioso.
Sin embargo, las ridiculizaciones no suelen recaer con la misma intensidad sobre las demás religiones, sino que se enfocan particularmente en el cristianismo.
Cargamos con una historia de censura que se remonta a la Constitución de 1918 que le dio la actual redacción al art. 5 de nuestra Carta.
“Todos los cultos religiosos son libres en el Uruguay. El Estado no sostiene religión alguna. Reconoce a la Iglesia Católica el dominio de todos los templos que hayan sido total o parcialmente construidos con fondos del Erario Nacional, exceptuándose sólo las capillas destinadas al servicio de asilos, hospitales, cárceles u otros establecimientos públicos.
Declara, asimismo, exentos de toda clase de impuestos a los templos consagrados al culto de las diversas religiones”.
Así, se daba un cambio de paradigma en la protección constitucional del fenómeno religioso, siendo esta reforma uno de los últimos pasos en un proceso que se decía secularizador.
Le habían antecedido la exclusión de los jesuitas, la laicización de los cementerios, la reforma valeriana, entre otros acontecimientos.
El Uruguay de hasta aquel momento, gobernado por el Batllismo sin representación proporcional integral en las Cámaras y sin voto secreto (reivindicaciones de la divisa blanca en las revoluciones nacionalistas de cambio de siglo), se encaminó a una reforma constitucional de consensos.
Entre las prioridades del Batllismo en ese entonces se destacó fomentar el rol de las Empresas Públicas y la persecución de la religión.
No solo se separó a la Iglesia del Estado sino que se empezó el proceso de remover a Dios de la esfera pública de forma radical, lo que se materializa descolgando los crucifijos de los Hospitales y prohibiendo que los enfermos mentales internados participen de una misa, aún si implica darles una mínima esperanza en momentos de gran dificultad.
De lo anterior se deduce que rápidamente se mutó de la laicidad al laicismo. Pero, ¿qué diferencia a estos dos fenómenos? Michelin Millot expone tres presupuestos de laicidad: la separación de Iglesia y Estado, la neutralidad -no favorecer a ninguna religión en específico-, y la libertad de conciencia y religión. Esto muchas veces implica una posición activa del Estado laico, que propende la religión en las personas, que lo ve con buenos ojos, más allá de su abstención de preferencia.
Por otro lado, el laicismo es una postura más ideológica que jurídica. Es la negación de la realidad religiosa en las sociedades. Se circunscribe lo religioso al ámbito privado.
Es evidente que el espíritu de nuestro artículo 5 no es consagrar el laicismo, sino la laicidad.
Ignacio de Posadas sostuvo que imponer desde el Estado una filosofía o una ideología es violar el principio de laicidad, porque signfica violentar la libertad de la persona.
Pero, de igual forma, violación de la lacidad es imponer un agnosticismo o un ateísmo, como ocurre en Uruguay en donde se ridiculiza y se persigue institucionalmente al fenómeno religioso.
No sólo nos adherimos a sus palabras, sino que hemos experimentado, como católicos, la desvalorización de nuestras opiniones, por parte de terceros, entre ellos políticos, que nos desacreditan por vivir públicamente nuestra fe, y con este pretexto, nos hacen saber que para ellos, nuestros argumentos en los diferentes puntos de discusiones de nuestra sociedad, no valen nada.
Parece contradictorio en tiempos de “grandes diálogos sociales” donde siempre se convoca a la sociedad civil y diversas organizaciones sociales ante cualquier política pública, que se excluya de la conversación a una institución con veinte siglos de antigüedad, como es la Iglesia Católica.
Lo que olvidan los Robespierre de la Época Contemporánea, es que las verdades del cristianismo y las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo conforman la piedra angular de la sociedad occidental e inundan los presupuestos de moralidad de la sociedad entera, incluso de los más fervientes jacobinos.
La existencia de Dios y la espiritualidad del alma humana, son el fundamento de la igual dignidad de todo individuo de la especie humana. Y la igual dignidad de todo ser humano es el fundamento de los Derechos Humanos (Declaración Universal de DDHH, arts. 1 y 2).
Tampoco advierten los Batllistas que la Iglesia es eterna y sus enseñanzas imperecederas. Mateo 16:18 prescribe “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará”.
Casi 2025 años han pasado desde la venida al mundo del redentor de la humanidad, el todo Dios y todo Hombre, Jesús de Nazaret, y no han podido hacer desaparecer a su Iglesia.
Ni siquiera en el “país más laico del mundo”, el “experimento de la francmasonería”, han podido despojar a Jesús de la vida en sociedad y de inspirarnos en cada acción. Porque donde sea que vaya un cristiano, allí levará a Jesucristo en su corazón como la sal de la tierra y la luz del mundo.
En estas fechas, los balcones de los edificios, las casas de Montevideo y del interior del país, llevan una balconera que dice “Navidad con Jesús”.
Una vez más, como todos los 25 de diciembre, se nos quiere imponer el cambio de celebración. Ya no es “Día de Navidad”, sino que los Batllistas y socialistas pretenden llamarle el “Día de la Familia”. A todos ellos me gustaría decirles, que el 24 no es el día de la familia, sino que es el Día de la Sagrada Familia.
Tomemos la invitación que nos hace el Santo Padre Francisco, llevemos a Jesús a los uruguayos en esta Navidad, vivamos con orgullo y valentía nuestra fe, y divulguemos la verdad, para que nuestra sociedad conozca la verdad y la verdad los haga libres.
Como Dios existe y cada acción importa, no podemos seguir viviendo con miedo de proclamarlo, pero tampoco con soberbia en nuestra fe. Decía Santa Teresa de Jesús, “la humildad es andar en la verdad”.
Bien, andemos en la verdad más que nunca, que el regalo de la venida al mundo del Niño Dios nos inspire para dar testimonio de que se es mucho más feliz al vivir una vida con sentido, una vida donde todo y todos importan, y no una vida puramente materialista en donde todo es pasajero y relativo.
Si te rehúsas a creer el absurdo de que de la nada surgió el todo, si te rehúsas a creer que cada momento y conversación con un ser querido es una mera casualidad sin razón de ser, entonces gran parte del trabajo ya está hecho. Jesús te puede estar buscando esta navidad para que le entregues tu vida así como Él la entregó por toda la humanidad en la cruz.
Te está tocando la puerta, ¿lo vas a dejar entrar? Dios te bendiga y te permita celebrar sin miedo una Feliz Navidad, con Jesús.