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Oscars 2025: wokismo en retirada

Como todos los años, pasaron los Oscar y, como todos los años, hay tanta alegría como descontento. Alguna vez habría que tomárselos de modo más liviano: después de todo, el arte no es deporte y las grandes películas lo son gracias al paso del tiempo. Cualquiera puede hacer el ejercicio de tomar la lista de ganadoras principales a través de la historia y ver cuáles coinciden con lo mejor del cine. No haga la cuenta: el 10%, tome el criterio que tome para “mejor del cine”. Dicho esto, suele ser una tribuna y un diagnóstico de lo que el mundo del espectáculo piensa de sí mismo y ocasión para muchos famosos de justificar ser millonarios adhiriendo a causas nobles. Pero algo pasó esta vez: incluso si el tout-Hollywood suele identificarse con el Partido Demócrata, y después de un año donde agotaron todo el diccionario de insultos hacia Donald Trump, fue muy poco lo que hubo de política, protesta o (¡ay, el término!) “wokismo”. Spoiler: nuestra hipótesis al respecto, al final de esta nota.

La entrega 2025, para los estándares abúlicos de esta clase de ceremonia, fue entretenida, bien conducida por Conan O’Brien, y con un par de momentos de verdad purísima que vale la pena destacar, como cuando Mick Jagger dijo que las mejores canciones del año estaban en Un completo desconocido, a la vez reconocimiento de lo grande que es Bob Dylan y de lo chiquititas que son las canciones actuales (ganó una cosa horrible llamada adecuadamente “El Mal”, de Emilia Pérez). Hubo homenajes más o menos bien llevados, un par de cuadros musicales como la gente y algunos clips. Uno de ellos, contraproducente: el compilatorio de secuencias de la saga Bond demostró que hay mucho más cine e imaginación en esas películas “de entretenimiento” que en la mayoría de las nominadas. Pero lo que todos esperábamos era que el Mundo del Espectáculo reaccionara ante el vértigo político de la administración Trump. Este escriba anotó cuidadosamente cuántas veces se pronunció el nombre o el apellido del mandatario en la noche tribunera de Hollywood. Cero. Ni siquiera Elon Musk, nuevo espantapájaros de la corrección política, fue criticado o mencionado.

Sí hubo quienes dijeron o hicieron algo (justo o no). El guionista de Cónclave llevaba una cinta con los colores de Ucrania en la solapa; el ganador del Oscar de vestuario recordando que era el primer afroamericano en ganar tal premio; Daryl Hannah levantó los dedos en V por el país de Volodimir Zelensky; Zoe Saldaña recordó que es hija de inmigrantes latinos (y su abuela dominicana de nombre Argentina, que encendió un fugaz nacionalismo en redes); un chiste de Conan O´Brien sobre Anora y los rusos que aludía lateralmente a la administración Trump; y el discurso de Adrien Brody que condenó el antisemitismo. El único momento realmente político fue el discurso de los realizadores de No other land, el documental ganador, donde se pidió parar la “limpieza étnica” en Gaza, aplaudido de pie. Después de las atrocidades de Hamás, algo por lo menos irresponsable. Pero se sabe: “La Paz” es una buena coartada para que incluso una comunidad frívola se sienta justificada.

Y nada más. Revisados los premios, fue bastante justo todo. Pero lo más interesante fue la destrucción de Emilia Pérez, que se llevó los únicos premios que podía ganar. El de canción, discutible. El de Zoe Saldaña es una prueba perfecta. La protagonista de la película, Karla Sofía Gascón, era la gran esperanza blanca: la primera actriz trans capaz de llevarse el premio mayor en su categoría.
Pero ya saben: salieron tuits antiguos condenando al Islam radical y comenzó una caza de brujas. Gascón no sólo tenía que ser trans, sino woke también. Eso destruyó sus chances y, consecuentemente, las de la película. Que ganara Saldaña (que no la mencionó en su agradecimiento) fue un poco “salvemos a una de las nuestras del incendio”. Fue digno que Gascón acudiera a la gala y se bancara el chiste que le hizo Conan O’Brien sobre los tuits (eso es una gran tradición americana, el “roast”, la burla al famoso, nada de qué ofenderse) porque no cabía no mencionar al elefante en la sala. Pero al mismo tiempo, mostró el agotamiento del discurso woke, que cae en contradicciones por su propio, inflexible peso.

Dijimos que había hipótesis respecto de por qué tan poca reacción cuando la comunidad artística pasó un año entero demonizando a los gritos (si tienen o no razón, es otro cantar) al actual presidente -no mencionado ni siquiera por la nominación actoral de Sebastian Stan, que lo interpreta en El Aprendiz. La respuesta está en los números y en un reflejo que tienen no los artistas sino los ejecutivos.
Si Hollywood permanece como el mayor proveedor de entretenimiento audiovisual del mundo, es porque sus popes desarrollaron, desde principios del siglo XX, un reflejo de sincronía con lo que piden y buscan las audiencias. Y han leído correctamente un cambio en ellas. Además, 2024 fue un año malo: después de una recuperación casi segura después de la pandemia, el paro de actores y guionistas de 2023 arruinó el paisaje el año pasado (que tuvo una caída de espectadores interanual en torno al 5%, pero llegó al 26% en plena “temporada alta”). Las películas son muy caras, se requiere quedar bien con todo el mundo, y la ultracorrección política ya no es un atractivo para el público. ¿Otra prueba? Es el tercer año consecutivo que ni Disney ni su subsidiaria Pixar ganan el premio de animación: en 2022 ganó el Pinocho de Guillermo del Toro (Netflix); en 2023, El niño y la garza, de Hayao Miyazaki; y este año la perfecta Flow, obra maestra lituana hecha con menos de la décima parte de lo que vale un tanque.

Demi Moore era la gran candidata para ganar el premio a Mejor Actriz Protagónica por su comentado trabajo en la película “La Sustancia”. Ya se había consagrado en la premiación de los Globos de Oro, la antesala de los Oscar. Pero no pudo ser: la ganadora resultó una actriz de 25 años, Mikey Madison, contra los 62 que tiene Moore. La expresión de su rostro demostró lo decepcionante que fue para Demi Moore no quedarse con el premio. La ironía es que, como en “La Sustancia”, la industria del espectáculo otra vez se inclinó por una chica más joven. Una fuente cercana a la actriz comentó al sitio norteamericano Page Six que Moore estaba “destrozada”, como su personaje. “Demi está asimilando esta derrota con mucha dificultad porque sentía que esta era su oportunidad», dijo.

Así que, por primera vez en mucho tiempo y aunque lo anterior muestra que hay aún rémora política (que no desaparecerá ya desde que se instaló en los años setenta), se habló de cine. Sólo en redes algún trasnochado se dedicó a decir que Demi Moore perdió ante Mikey Madison porque se repite la historia de La Sustancia sobre la glorificación de la juventud, pasando por alto que las dos tienen trabajos excelentes pero que Anora además es una gran película y La Sustancia, un pastiche ya visto y subrayado (¿recuerdan La muerte le sienta bien?). Y que el mejor discurso lo dio Sean Baker, justísimo ganador de Anora, pidiendo que se piense en hacer películas para ver en el cine, que los papás lleven a los chicos a experimentar la pantalla grande. Sí, lo más subversivo de la noche fue hablar de cine que, aunque se olvide, es la razón por la que existen los Oscar.

Por Leonardo D’Espósito, crítico de Cine de NOTICIAS

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